Por Mario Javier Pacheco
De las sociedades bolivarianas de Colombia y Panamá
215 años de vida republicana transcurrieron desde las once de la mañana de aquel viernes 20 de julio de 1810, día de mercado, cuando en la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá, atestada de vendedores, compradores, indios, verduleras y caletas, se armó la camorra entre el chapetón José González Llorente y los criollos Francisco y Antonio Morales, porque el español no quiso prestar su florero para que los criollos adornaran la mesa del Visitador Regio don Antonio Villavicencio.
Lo puñetazos y los gritos eclosionaron en un amotinamiento que se extendió, más allá de las calles de La Candelaria y de San Diego, y los americanos lograron poner preso al mismísimo Virrey del Virreinato de la Nueva Granada, don Antonio José Amar y Borbón. Esa eclosión le dio vida a la lucha por la independencia.
La organización colonial era una estructura firmemente construida para la sumisión, con encomiendas, mitas y resguardos, que tenían por finalidad, aprovechar cada gota del sudor indígena y enfrentar la nueva realidad del mestizaje; además, para evangelizar, y desde luego, para enterrar los ídolos nativos con su lengua y su cultura y reemplazarlos por los valores y las creencias hispanas.
La represión hizo de la mansedumbre la peor cadena de nuestros tatarabuelos, quienes a fuerza de grilletes y fusilamientos, encriptaron su valentía, hasta la Insurrección de los Comuneros, que, en 1781, a escasos 8 años de la Toma de la Bastilla, se convirtió en un multitudinario levantamiento anticolonial y puso en entredicho la autoridad española, abriendo el camino de las luchas que continuaron con la gesta libertadora emprendida por Simón Bolívar.
Jornaleros, artesanos, campesinos y otros trabajadores, dirigidos por José Antonio Galán pusieron contra la pared a la regencia, pero fueron traicionados por algunos jefes en Tunja, Zipaquirá, Pamplona y Santafé,que firmaron secretamente las Actas de Exclamación. Así sofocaron el levantamiento y Galán terminó decapitado.
Pero no fue en vano su muerte.
Los criollos, hijos de españoles e indígenas, siguieron llegando al mundo con el estigma de la mancha de la tierra y sin los privilegios de los españoles de la península. Esta “mancha” significaba que, por ser americano, no podía desempeñar cargos de mediana importancia. Así, los ‘chapetones’ o ‘gachupines’, garantizaron para ellos el progreso, a costa del atraso y la pobreza general del pueblo criollo.
El descontento iba palo arriba y evidenciaba la crisis del sistema de dominación colonial en la segunda mitad del S. XVIII, crisis que se profundizó cuando la corona aprobó las «reformas borbónicas», que apretaron con impuestos a los criollos. No aguantaron más y sus revueltas estremecieron el edificio colonial.
El menú de la independencia siguió cocinándose con las noticias de la Revolución francesa que tumbó a la monarquía, bajo el lema “libertad, igualdad y fraternidad”. El aderezo lo aportó Napoleón, quien en 1808 apresó al intocable Fernando VII, y generó un inaudito vacío de poder en Latinoamérica.
Estaba fresco Francisco Miranda El venezolano universal que trajo noticias de la independencia de los Estados Unidos con su implementación de una república democrática federal; fresca también, La Junta de Quito con su independencia.
Estaba fresco El Memorial de Agravios redactado en 1808, por Camilo Torres, desde donde los criollos exigieron igualdad ante las autoridades españolas, y mucho más fresco el texto de Los derechos del hombre redactados en Francia y traducidos por Antonio Nariño, alimentando en los criollos las ansias de libertad.
El espíritu de rebelión cundió y se esparció por los cuatro puntos cardinales hasta su eclosión de ese día, 20 de julio de 1810, en la Plaza Mayor de Santafé. No por el Florero de Llorente; no por aquellos puñetazos, convertidos en gritos y consignas en la plaza de mercado: ¡El chapetón llorente nos insulta! ¡Queremos Junta! ¡Viva el Cabildo! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas!
indios y blancos, patricios y plebeyos, comenzaron el desorden y cogieron a piedra las puertas. Los militares los secundaron y al Virrey Amar y Borbón no le quedó otro remedio que convocar un cabildo extraordinario. Hacía las seis de la tarde inició la república y el gobierno de los criollos en Colombia.
Hoy seguimos haciendo historia desde la conservación de los valores democráticos y desde el sagrado recinto de la anfictionía, que fue inscrito recientemente, en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco, por la ministra de Cultura Maruja Herrera, dentro de la Ruta Colonial Transístmica; seguimos haciendo historia desde las industrias, los sembrados y la tecnología, desde las aulas y desde la familia.
El día de la independencia de Colombia sigue resonando hoy, 20 de julio de 2025 en el eco que perdura enmarcado por los dos océanos de la América Latina.
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