Nicolasa Ibáñez. Foto arte Yerson Jair Manzano
Mario Javier Pacheco. PhD en Historia
Para Su Excelencia, Doctor Eduardo Burgos Martínez, embajador de Colombia en Panamá
7 de abril de 2022 – 7 de abril de 1821. A 201 años de distancia, la Batalla de Bomboná, se cuenta como una de las más importantes de la lucha independentista librada por el Libertador Simón Bolívar, en cuanto sella, con las de Ayacucho y Pichincha la gesta americana.
Bomboná recuperó el sur grancolombiano, específicamente Pasto y Quito y abrió banderas al Perú y Bolivia, pero en honor a la equidad histórica, hay que pensarla como una de las batallas que dieron principio al fin del sueño bolivariano y que despejaron el camino al desplome de lo que pudo ser el imperio latinoamericano.
No basta referenciar la batalla de Bombona en escaramuzas, muertos, armas, estrategias, ni municiones, tampoco en las pocas bajas de las tropas de Basilio García en los batallones Cazadores de Cádiz, Aragón y Cataluña, ni en las muchas sufridas en las filas del Rifles, del Vencedor, del Lanceros, del Vargas y del Bogotá, enfrentados a tiro de erupción del Galeras.
La Batalla de Bomboná debe enmarcarse en el escenario contextual de la guerra, de sus personajes y del espíritu de sus personajes. Incluso es oportuna la mención del carácter seductor y apasionado del Libertador, como un ingrediente de su energía para la guerra.
La batalla de Bomboná se justificó en la necesidad de libertar a los criollos opuestos a ser liberados, pues su victoria desencadenó las capitulaciones y con estas, la apropiación de Pasto con las costas del pacífico, desde Tulcán hasta Popayán, e incidió en la independencia de Ecuador y luego en la Victoria en Pichincha y con más alcance en la de Ayacucho.
No obstante, hay quienes se preguntan que: si en liberar esos territorios andaba el general José de San Martín, seguramente los hubiera liberado de no haber llegado el general Bolívar y se hubiera evitado el desgaste de la campaña del sur y consolidado la república con solo Venezuela, Colombia y Panamá. Pero Bolívar rechazó esa idea el 26 de julio de 1822.
Bolívar era así, nada de claroscuros, contundente, mujeriego, andariego y preciso desde que se vinculó a la guerra en 1807, y es bueno traer a colación su afición al bello sexo, porque fue la comidilla en las mesas de la guerra y porque la historia tampoco es en blanco y negro, ni sus héroes son seres acartonados de uniforme o de escritorio. Igual hay que hablar de su pasión viajera, alucinante en kilómetros a lomo de alazán y testimoniada por sus “nalgas de pedernal” que describió el médico de su autopsia, Alejandro Próspero Révérend.
La mujer fue y es, desde siempre, la inspiradora de la paz y la musa de la guerra. Cuando Bolívar sufrió su primera gran derrota en Puerto Cabello, a los 29 años en 1812, tenía el grado de coronel y ya era viudo de María Teresa y experimentado en las sábanas de Fanny de Villar y de las cortesanas francesas y españolas desde su primera juventud.
Fue un hombre sincero consigo mismo. Humano hasta el tuétano y explosivo en sus iras y alegrías. Sereno ante los temblores y extrovertido en el baile que practicaba incluso sobre las mesas y entre las viandas, un alucinado que con sus 1,67 metros apostaba saltar por encima de un caballo y nadar en el caudal del Magdalena con una mano atada a la espalda, como lo dibujó uno de sus más fascinantes biógrafos, Luis Perú Delacroix. Jamás le faltó la mulata que le tranquilizara el sueño en las noches de guerra.
Cuando a sus 29 años tocó el continente, derrotado y humillado por el fracaso en Puerto Cabello, el presidente de Cartagena, Manuel Rodríguez Torices le mantuvo el grado de coronel y lo puso bajo las órdenes del coronel francés Pierre Labatut. Se le destacó al caserío Barrancas, cerca de Calamar, con 70 macheteros a quienes convirtió en cómplices cuando desertó para dar inicio el 23 de diciembre de 1812 a su campaña del bajo Magdalena y su guerra a muerte, que terminó en Ocaña el 9 de enero de 1813, donde fue convertido en Libertador por obra y gracia de los dineros del tesoro español que le aportó don Miguel Ibáñez y de los ojos de la bella Nicolasa, quien colocó sobre sus sienes la primera corona de laurel que recibió como guerrero. La ocañera, a punto de matrimonio con Antonio José Caro le despertó tan intrincados sentimientos, que detuvo su frenética carrera y permaneció con ella hasta que inició desde Ocaña, un mes después, el 16 de febrero de 1813, la campaña Admirable para liberar a Venezuela y salió para Cúcuta a enfrentar al coronel Ramón Correa.
Habían pasado tres años desde aquel viernes de mercado en la plaza mayor de Santa Fe de Bogotá, el 20 de julio de 1810 cuando un florero resumió la discriminación de cuatro siglos y principió una guerra que culminó nueve años después en el Puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819. Bolívar arribó victorioso a Bogotá el 10 de agosto y fue coronado con el mismo laurel del guerrero victorioso precisamente por la hermana de la misma Nicolasa que lo coronó en Ocaña, Bernardina. Bolívar se enamoró con el amor desesperado de los desdeñados, porque ella estaba prendada de Ambrosio Plaza y a pesar de sus suplicas: “Mi adorada Bernardina, no pienso más que en ti y en cuanto tiene relación con tus atractivos. Tú eres sola en el mundo para mí. Tú, ángel celeste, sola animas mis sentimientos y deseos más vivos. Por ti espero tener aún dicha y placer, porque en ti está lo que yo anhelo”. Ella no le contestó.
Bolívar no se quedó en Bogotá y viajó para Angostura donde el 17 de diciembre de 1819 el congreso aprobó la creación de la república de Colombia y ratificó su título de libertador.
En 1820 se desplazó por municipios venezolanos, estableciendo parámetros de su gobierno, como la libertad de los esclavos y beneficios a los indígenas que comunicó al vicepresidente el 20 de abril, pero sobre sus hazañas lo perseguía la obsesión por Bernardina y en carta del 1 de agosto le insistió, por medio de Santander: “Dígale muchas cosas a Bernardina, y que estoy cansado de escribirle sin respuesta. Dígale usted que yo también soy soltero, y que gusto de ella aún más que Plaza, pues que nunca le he sido infiel» Pero lo dejó plantado por viejo, pues ya tenía 36 años, Plaza 27 y Bernardina contaba16 frescos abriles.
Lo culpó de la muerte de su amado Ambrosio en Carabobo, un año después y esto avivó su desprecio y se convirtió con los años en abierta enemistad.
El 27 de noviembre el Libertador se entrevistó con Pablo Morillo en Santa Ana, con quien suscribió el tratado de armisticio y regularización de la guerra.
El 10 de enero de 1821 regresó a Bogotá, donde la Gaceta de Bogotá (No. 77) destacó su recibimiento: “ningún mortal ha recogido a la vez tanta gloria” pero el Libertador no dormía tranquilo y dos meses más tarde volvió a Venezuela, declaró roto el armisticio con Morillo y triunfó en Carabobo, entrando apoteósicamente en Caracas el 29 de junio y se consolidó la república con las dos capitales bajo su mando. En cualquiera de ellas pudo radicarse, pero prefirió seguir los impulsos de su espíritu, enemigo del sedentarismo y escribió el 23 de agosto al general José de San Martín ofreciéndose para liberar al Perú.
El 3 de octubre tomó juramento como presidente de Colombia ante el congreso de Villa del Rosario de Cúcuta que acababa de sancionar la Constitución Nacional en la cual se adoptaron provisionalmente armas y bandera y se ordenó la construcción de una ciudad llamada Bolívar para capital de la república. También se posesionó el general Francisco de Paula Santander, a la sazón amante de Nicolasa Ibáñez, como Vicepresidente, unos días antes de que Panamá firmara las actas de independencia de España y se uniera a Colombia, para hacer parte del sueño bolivariano, actas que fueron firmadas entre el 10 y el 28 de noviembre de 1821.
El 14 de noviembre prefirió viajar a Popayán y no a Bogotá, delegando el mando y las funciones presidenciales en el General Francisco de Paula Santander y partió a liberar Quito y Pasto que no quería ser liberada y que se había autoproclamado orgullosamente realista. Por otro lado, la junta de gobierno de Guayaquil se había declarado independiente y con intenciones de anexarse al Perú, lo que justificó su premura.
Llegó a Cali el 1 de enero donde tuvo amores breves y de alcoba con la “dama incógnita” y luego, el 13 de enero de 1822 en Palmira, conoció a la bellísima Paulina García, de 20 años, con quien convivió hasta el 16 del mismo mes, mientras se preparaba para pelear, un día como hoy, 7 de abril, la batalla de Bomboná.
El campo de batalla fue una debacle en muertos para las filas patriotas, pero en horas de la noche al comandante realista, coronel Basilio García, se le advirtió que la batalla era una escaramuza para dejar desprotegida a Pasto que estaría siendo tomada por el grueso de las tropas de Bolívar y ordenó abandonar el campo, dejando victorioso al libertador y logrando entre otras cosas, paralizar a García, que se preparaba para apoyar al General Aymerich quien sucumbiría un mes después ante el general Sucre en la batalla de Pichincha.
Las consecuencias de la batalla de Bomboná se extendieron en el tiempo hasta Ayacucho, la batalla final el 9 de diciembre de 1824.
El 16 de junio de 1822 Bolívar fue recibido como héroe en Quito, que también se une a Colombia y, esa noche, durante el baile de gala, conoció a la esposa del doctor Thorne, Manuelita Sáenz, Caballeresa de la Orden del Sol, quien se convirtió en su amante hasta el final de su vida.
El Libertador dejó testimonio del erotismo que le inspiraba la bella Manuelita en cartas como la que escribió desde La Magdalena en Julio de 1826: “No te vayas, ni siquiera con Dios. Yo también quiero verte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los contactos”
Viajó a Guayaquil a olvidar el pacto de fidelidad a Manuelita entre las faldas de la hermosa Joaquina Garaicoa Llaguno, quien le respondió con pasión adolescente a sus urgencias, tenía ella 16 años y pertenecía a las familias más linajudas de la ciudad. Le dedicó 52 días desde el 11 de julio y allí, el 26 y 27 de julio de 1822, se entrevistó con el general José de San Martín, a quien le expresó tajantemente, “Bienvenido a Colombia”. San Martín quería seguir subiendo y Bolívar quería seguir bajando con el sable desenfundado. San Martín dio media vuelta y dejó el camino abierto para Bolívar.
El 9 de diciembre de 1822 la batalla de Pichincha libertó al Ecuador y dio un puntillazo al poderío de España. Hubiera finalizado aquí su periplo con sobrada ganancia, pero Bolívar permaneció en el sur, librando batallas que amplían geográficamente a Colombia y debilitan el poder central, al entrar en juego la ambición de los caudillos que sobrepasa al cálculo de los salones de gobierno, porque lo contextual debe contemplar la vanidad, los celos y las pasiones. El general Santander se afianzó en la Nueva Granada; el general José Antonio Páez, el León de Apure en Venezuela y el general Juan José Flórez en Quito. Bolívar era el único que unificaba y hacia sombra al poder de los tres grandes caudillos.
Con ellos creó Bolívar las simientes del imperio latinoamericano, pero el interés de los tres mandatarios se limitó a la porción territorial que les encomendó.
El 2 de septiembre de 1823 entró a Lima y el 10 de febrero de 1824 el congreso del Perú lo nombró Dictador. En ese momento, para Colombia y bajo su mando, había conseguido aglutinar la Nueva Granada, Venezuela, Panamá y Quito. En su colección faltaban Perú y el territorio de Bolivia, creada el16 de mayo de 1825. Ese mismo mayo, en Ayacucho, conoció a Manuelita Madroño en el pueblo San Idelfonso, bella morena de 18 años, cuyos amores, según algunos de sus biógrafos, recordaría toda la vida.
Sin calmar sus ansias viajó a Arequipa, donde conoció, en baile en su honor el 2 de junio de 1825, a Paula Prado “mujer de porte gitano y de ojos negros, que baila taconeo y mueve los brazos a la andaluza”, con quien culminó bajo sábanas el trajinar de los días siguientes, hasta el 6 de julio cuando salió rumbo al Cuzco, donde permaneció 31 días, porque encontró, por supuesto, otros besos y otros brazos en Francisca Subiaga Bernales de Gamarra, preciosa mujer de 22 años, a quien por su temperamento apodaban La mariscala, casada con el mestizo Agustín Gamarra, más tarde presidente de Perú y enemigo a muerte de Bolívar.
El caraqueño siguió a La Paz el 18 de agosto de 1825, donde duró un mes, enredado en nuevas pasiones con Benedicta Nadal, de “amores intensos, íntimos e hirvientes”
Sale de La Paz y llega al Potosí, donde conoció a María Joaquina Costas, de 20 años, también casada, quien le hace rasurar los negros bigotes que mantuvo hasta entonces. De ella dice el mismo Bolívar a Luis Perú Delacroix, que le dejó un hijo y que con eso da por sentado que no es estéril.
Regresó a Lima, donde a pesar de los celos de Manuelita, se unió el 4 de julio de 1826, a bordo de la fragata United States, con Jeannette Hart de 32 años y padres irlandeses
Desde 1824 las fricciones con el general Santander y las de este con Páez, hacen peligrar la estabilidad de su obra y en 1826 entre el 22 de junio y el 15 de julio sesiona el Congreso de Panamá, promovido por Bolívar.
El 14 de noviembre llega a Bogotá, saliendo de inmediato hacia Venezuela a contener la rebelión de Páez. Ya la unidad era un embeleco.
El 10 de septiembre, desde Bogotá aprueba que se convoque a una gran convención para cambiar la constitución de Cúcuta. Dicha Convención se celebró en Ocaña desde el 9 de abril al 13 de junio de 1828, y en su recinto se contribuyó a la demolición de la obra de Bolívar.
La convención terminó sin resultados y devino en el atentado del 28 de septiembre, en el que Manuelita salvó su vida y en la ejecución de varios diputados a la Convención de Ocaña. Sobrevinieron la dictadura, la pena de muerte de Santander, a quien por mediación de Nicolasa se le conmuta por pena de destierro. Los acontecimientos minan su salud.
Enfermo regresó al sur, a Guayaquil, Quito, Pasto y Popayán entre enero de 1829 y enero de 1830 cuando retornó a Bogotá, donde renunció ante el congreso Admirable el 27 de abril de 1830.
El 8 de mayo se despidió de Manuelita Sáenz y partió rumbo a Santa Marta, a librar la única batalla que no pudo vencer, la de la muerte, el 17 de diciembre de 1830 en la hacienda de San Pedro Alejandrino a la una y tres minutos de la tarde, disolviéndose en vapor las incontables batallas; las 35 amantes reconocidas y las centenares de anónimas amantes de una noche, mulaticas y esclavas de caserío y se disolvió también la unidad de las cinco naciones que conformarían hoy el más grande imperio latinoamericano.
Mario Javier Pacheco
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